viernes, 7 de diciembre de 2012

Cuento 7

Red bike Cuando desperté de ese profundo letargo que acompaña a la conciencia, algo andaba mal. No podía decir con certeza que estaba mal o cuál era el daño, era únicamente la sensación de pérdida o de vivir de nuevo esa vida. Busqué entre mis cosas, mi orgullo y este es una bicicleta roja. Con ella, he recorrido valles y llanuras sintiendo que el viento es eterno y el sufrimiento llega a su fin. Es un vehículo rápido y ágil y en él que ando a mis anchas. Niños y señoras respetables me miran con ojos de espanto y de perplejidad. Las acrobacias propias de un saltimbanqui que hago en el aire, los divierten y los hacen olvidar el hambre o las pérdidas. Antes, mi país era un lugar pacífico y lleno de vida. Ahora la violencia ha cobrado fuerza y las muertes se multiplican. Es muy difícil saber qué es aquello que vive y qué es aquello que se niega a morir. En este instante, dejo la bicicleta apoyada en un grueso árbol y me aproximo al panteón. Despejo una rama de una lápida y allí está escrito mi nombre y fecha de nacimiento D.M. (1950 – 2012) Se me olvidaba decirlo, ¡soy un difunto!

Cuento 6

Fiesta: dos tiempos I Oriente Todo empezó con una rica comida. El pozole caliente y más caliente hervía en la olla. Las especias ya estaban preparadas y con toda calma decidí lamer tres platos. Los niños corrían con solemnidad y un poco de seriedad, lo cual contrastaba con el paso lento de los automóviles. Así es la vida en el oriente citadino e hileras de automóviles y un poco de polvo y un mucho de color. Decido refrescarme y tomar un litro de agua cristalina, el agua avanza y busca su espacio en el estómago. Es un buen elixir y sin duda que me hace pensar con mucha claridad. Después, con calma organizamos una cuadrilla y así empieza el entrenamiento. Tiros con un balón de gajos ante una indefensa pared de cal. El portero se luce y cuando trata de sacar los disparos al ángulo, se estrella con un árbol. Reímos y el juego prosigue. Llega la noche y un par de primos se incorporan al juego. Montamos un espectáculo circense llamado partido de futbol y así empieza la refriega. Jugamos los mayores contra los menores, un partido tenso con pocos espacios, muchos obstáculos y a pesar de eso caen los goles. Un par de goles que dedico a la mujer que amo pero que ahora es un recuerdo en la distancia. La noche se va extendiendo y cubre con su manto la superficie. La luna cae y baña con sus labios la improvisada cancha. Decidimos parar y el equipo al que pertenezco pierde. Ni hablar, esto es sólo un juego. II Poniente Es la mañana cuando me levanto. La lluvia no se ha hecho presente y eso es preocupante. La tela de los cerros es a pesar de eso, de un color verde, un verde lleno hasta el copete de clorofila. La clorofila viene en paquetes que hacen brillar el cerro como un diamante perdido en sal. Voy a escalar y a correr con mi padre. Es difícil el camino, sobre todo porque hay que esquivar con felina habilidad, el transporte, que busca abrirse paso en el viejo cerro. La rutina de siempre y al final acabamos rendidos y de regreso al paisaje es exaltante. A lo lejos se dibuja la capital en toda su extensión. Burbujas de niebla han desaparecido y ahora una claridad total ilumina el espacio. Llegó el momento de prepararse para la fiesta. La familia se toma su tiempo para prepararse y arreglarse. La hora pactada llega y los familiares llegan en un vehículo. Mi padre conduce con habilidad y así vamos dejando el este y avanzamos con toda discreción hacia el oeste. Milagrosamente y como por arte de magia logramos dar con el domicilio de la iglesia. Una iglesia humilde, llena de alegría y fe. Claro es una comunión y los niños con solemnidad toman el sacramento. Después de una larga sesión el trámite espiritual termina. Ahora nos dirigimos a la casa del evento, situada al poniente de la ciudad, su color verde chillón delata su presencia en la polvosa calle. Como entrada nos dan una ronda de dulces y un montón de tamales y atole. Yo como con prontitud y decido platicar con mi primo menor acerca de la experiencia futura que significa para él, la secundaria. Recuerdo viejos tiempos y trato de transmitirle el sentido de honor y trabaja que siempre debe prevalecer en ese nivel educativo. Después de un momento, decido salir y tomar una siesta, el calor en la camioneta es extenuante y casi caigo rendido. De pronto, aparecen mis dos primos. Uno de ellos, joven, atlético y hábil en el fútbol. Por pura inspiración decidimos ir a comprar un balón a un mercado popular. Un camino que no conocemos pero que sin miedo transcurrimos. Llegamos al local y mi primo pide un balón de las Chivas del Guadalajara. Ya con el balón en la mano, recorremos las calles del poniente cuidando a todos los primos. Ellos entienden el mensaje y caminan con fuerza y resolución. Regresamos a la calle donde es la fiesta y así empieza el juego. Un juego complicado y lleno de jugadas rápidas con caídas. Los goles caen a racimos y alegremente corremos. La lluvia va aproximándose y el chaparral por fin cae en la tierra. El polvo se aleja y el recuerdo de ella se me aproxima. Ahora es de noche, todo ha llegado a su fin, con el corazón lleno de júbilo abandonamos el oeste y encaminamos los pasos de nuevo al este. A otro mundo, a otro ritmo, un ritmo diferente y con una onda longitudinal singular. Sí, así es el Oriente, cuando se vive en el límite. Epílogo: Soñé un paraíso donde no había ganadores ni vencidos. Donde todos iban detrás de un balón color marfil y ese balón tenía una inscripción que decía “Este fue el juego del hombre”.