Cuento No. 1
“Turno Nocturno”
Para Ixchel Fernanda Mendoza Negrete
I
Y ahora vamos a contar una historia de
amor, un amor que existió hace mucho en un rincón entre las estrellas. Una
historia que sucedió en aquel planeta, donde la noche es Sol y la mañana noche…
donde dos se amaron bajo la refulgente
luna.
Hace mucho ya que viví una historia
maravillosa, una historia de amor, pasión y éxtasis. Los recuerdos vienen a mi
mente y la hacen añorar esos tiempos, tiempos en los cuales, fui estudiante en
una de las escuelas de nuestro querido planeta Antares.
Aunque ya pasó una cantidad colosal de
años, todavía recuerdo con cariño y amor a mi compañera. Donde quiera que ella
esté, me gustaría que ella leyera esta historia y sobre todo, saber que ella
está bien y feliz.
Mi historia comenzó en mi juventud, en
el tiempo cuando realizaba mis estudios de educación media en una de las tantas
escuelas tecnológicas de mi nación.
La escuela tenía un gran prestigio y
para poder ser admitido, era necesario aprobar un examen de conocimientos
teóricos. Mi meta al asistir a esa escuela, era lograr un título intermedio en
Informática o Contabilidad y después de ello, trabajar.
En mi planeta, la vida se hace de noche
y dormimos durante el día, así ha sido siempre desde que recordamos y nos gusta
mucho vivir de esa forma. Cuando presenté mi examen de conocimientos, no tenía
la seguridad de haber sido aceptado, sin embargo, semanas después llegó una
carta a mi casa, notificando que había sido admitido.
Yo vivo en el Oriente de la ciudad
principal de mi planeta; la escuela quedaba ubicada en el Sur. Razón por la
cual, tenía que hacer uso de transportación terrestre específica. Todavía viene
a mi memoria, como me preparaba para presentarme en la escuela el primer día.
EL horario de entrada era de 7PM a
3AM. Unas horas antes, yo despertaba de
un largo sueño, me bañaba y arreglaba con esmero y decoro. Tomaba un desayuno a
base de frutas tropicales y mucha agua.
Mi primer día, estuve a punto de llegar
tarde. Había mucha gente en el camión de ida,
gente de todos los oficios y ocupaciones que por alguna razón, laboraban
en el distrito Sur de la ciudad. La gran calzada que llevaba hasta allá, estaba
completamente llena de tráfico. Luces tintineantes y sonidos de motores poblaban
el ambiente.
Tuve lo fortuna de ir sentado en el
trayecto y así pude observar con detalle el recorrido. Calles que de pronto
estaban vivas y sombras moviéndose por aquí y por allá. Muchos vehículos de
particulares pintados con colores chillantes y esparciendo humo. Era la hora
pico, la hora en que todas las personas se levantaban para cumplir con sus
actividades. La radio del transporte tocaba música del pasado, música que me
hacía recordar las delicias del amor verdadero y correspondido. Melodías de amor
que hacían sentir paz y optimismo. Yo toda mi vida, había esperado encontrar un
amor real y lo único que había tenido eran desengaños y rechazos. Escuchar esa
música, me dio esperanza y después de un viaje de ida de cuarenta minutos
llegué al distrito Sur.
La estación Sur era enorme, todo estaba
ordenado por aritmética y álgebra espacial. Los camiones iban y venían con
sincronía y orden. Cuando bajé del camión, inmediatamente busqué la letra a la
cual pertenecía el camión que debía tomar para llegar a la escuela.
Cuando llegué a la letra correcta, me
percaté que había una larga fila de estudiantes esperando abordar el
transporte. Vi unas cuantas caras bonitas de mujeres, pero nada que mereciera
ser muy recordado.
De pronto, fue como si la luz de la Luna
brillase con todo su esplendor, ¡la vi! Era una mujer joven, de brillantes ojos
negros, labios rojos como la fresa, cabello negro oscuro, que me hacía pensar
en la noche y sus secretos de amor, su cara era muy bonita con rasgos finos,
que me llevaba a creer que era una diosa procedente de otro planeta.
Puse en ella mis ojos y quise
comunicarle mi sentimiento, un sentimiento suave, delicado que era como las
olas del mar rompiente.
Un sentimiento que nacía del fondo de mi
corazón, una canción hermosa que quería cantarle a ella y sólo a ella.
Noté que ella bajó la mirada, como con
timidez o pena y justo en ese momento, le llegó el turno de abordar el
transporte.
Con mucho dolor, observé como ella subía
y el camión se iba. En ese momento, hubiese querido salir corriendo detrás de
ella, aunque en eso se me fuera la vida.
Traté de tomar las cosas con calma, tal
vez, después la encontraría, en uno de los tantos rincones que integraban la
escuela.
No decayó mi ánimo, al contrario busqué
dentro de mí, la fortaleza y así, me llegó el turno también de subir al camión.
Pagué, busque un asiento y me sentía tan
emocionado por nuestro primer encuentro que tenía ganas de gritar. Sin embargo,
me contuve y trataba en mi mente de recordar todos los detalles.
No lo he mencionado hasta ahora, pero mi
ángel exhalaba un olor maravilloso. Un olor suave, fragante, dulzón y fresco,
como las rosas rojas de los parques y estaciones botánicas de mi ciudad.
Ese delicado aroma me transportaba a
visiones maravillosas donde ella y yo nos amábamos sin descanso, donde yo
recorría su hermoso cuerpo y la llenaba de placer y felicidad. Un mundo azul,
lleno de plenitud, donde las sombras del desengaño y la desconfianza se
borraban por completo, para abrirle paso a un cielo estrellado, donde las luces
de la noche alimentaban los sueños e ilusiones de todos.
Mientras pensaba en esto, escuchaba las
pláticas de mis compañeros de viaje. Se expresaban con miedo y expectación,
temiendo que alguna clase fuera a ser muy difícil o determinado profesor fuera
exigente o tirano.
Escuchar esas pláticas me hacía poner
los pies en la tierra. Había encontrado el amor, pero no podía olvidar mis
obligaciones y compromisos escolares.
El viaje a la escuela era muy corto, tan
sólo diez minutos desde la estación Sur. La escuela era de mediano tamaño,
llamaba la atención el hecho, de que sus paredes estaban pintadas de guinda y
blanco. Al principio, pensé conocer la escuela por mi cuenta, explorando cada
rincón, buscando encontrar a mi musa. La escuela tenía dos entradas principales
y una entrada reservada únicamente al grupo policíaco que se encargaba de la
seguridad del inmueble.
Me sentía tranquilo; junto con las demás
personas, cruzamos la avenida y nos dirigimos a la entrada lateral a esperar
que abrieran las puertas. Buscaba con atención a mi dulce amor, pero nada,
cuando de pronto…
II
Ahí estaba ella, de pie, observando el
panorama como con prisa, como si deseara ya entrar. Traté de no ser muy obvio y
por ello, me alejé un poco. Ella estaba muy cerca de la puerta, a la
expectativa de que algo pasara. Algunos rufianes jugaban haciendo burlas o
riendo escandalosamente como loros verdes.
Ese ruido y alboroto, me fastidió un
poco, con impaciencia veía mi reloj de mano para saber la hora. Cuando por
enésima vez, veía mi reloj, noté que eran casi las siete P.M.
Justo en ese momento, un vigilante
vestido con ropa policial abrió la puerta. El vigilante era muy estricto y para
dejarte pasar era necesario mostrar la identificación (credencial) que también
nos había sido mandada por correo.
Después de mostrar mi credencial, entré.
Caminé por un ancho corredor que llevaba
a los edificios principales. Un asistente gritaba a voz en cuello, que los
alumnos de primer ingreso debíamos revisar las listas para saber en qué salón
habíamos sido asignados.
Las listas se encontraban en tableros
que estaban ubicados en la parte posterior de la escuela, en donde estaban
también las canchas. Había mucha gente agolpada alrededor, con la esperanza de
encontrar su nombre en un salón donde estuvieran sus amigos.
He olvidado mencionar que algunos
alumnos ya se conocían. Por la simple razón que habían estudiado juntos en el
mismo instituto secundario. Yo por mi parte, no, mis compañeros de generación
se decidieron todos por la educación privada. Éramos sólo la noche, mi amada y
yo… aunque ella no daba señales de existencia.
Llegó mi turno de buscarme en las
listas. Después de un rato, encontré mi nombre. El salón, el 112, casi de los
últimos, porque en total eran quince salones en el turno nocturno.
No existía otro turno, porque por la
mañana y parte de la tarde, dormíamos para comenzar nuestra jornada el día
siguiente.
Yo nunca había cuestionado nuestra
jornada, aunque existían algunos curiosos que interrogaban a los científicos acerca
de si existía otra civilización en otro planeta que tuviera otra clase de
ciclo.
Así que, ya conociendo mi salón y
horario, lo único que faltaba era entrar al salón a mi primera clase. Me dirigí
al edificio, la luz de la luna se asomaba por ahí, el edificio tenía tres pisos
y el salón estaba en el último piso a mano izquierda.
Afuera del salón, había un remolino de
gente, éramos en total en la lista, cuarenta personas de ambos sexos. El salón
era de tamaño mediano, con su pizarrón al frente y bancas para dos personas,
agrupadas en filas. Al principio, tomé asiento casi al frente, me encontraba
solo, todos se acomodaban y nadie al parecer, quería sentarse conmigo. Cuando
de pronto, como por arte de magia, ¡ella llegó!
Creí volverme loco de alegría y de
sorpresa, al verla. Mis ojos no daban crédito al hecho que pudiéramos estar
juntos, justo en el salón donde yo menos pensaba que ella pudiese estar.
Para aumentar mi sorpresa, ¡ella tomó
asiento conmigo!, no sin antes, dirigirme una mirada de sorpresa y de
reconocimiento, como si ella recordara con agrado aquel nuestro primer
encuentro en la estación.
El profesor llegó y empezó a dar su
clase. Una clase un poco aburrida de Comunicación Verbal. Para hacer más amena
la atmósfera del salón, el profesor nos invitó a presentarnos, diciendo nuestro
nombre y nuestros proyectos a futuro.
Cuando llegó el momento de que ella se
presentara, concentré toda mi atención. Ella de manera muy seria, dijo que se
llamaba Fernanda y que su mayor sueño era ser médica.
Esto cayó por sorpresa en el salón,
porque la gran mayoría habían dicho cosas, como: contador, administrador o
hasta informático.
Esa afirmación de su parte, hizo que la
amase aún más, mi musa, mi llama, deseaba ser una profesional de la Medicina y
así ayudar a curar a mucha gente.
Cuando llegó mi turno, sólo dije mi
nombre (Daniel) y que no tenía muy claro el futuro.
Les llegó el turno a otros y después de
romperse el hielo; el profesor empezó a hablar del curso.
La hora de clase se fue muy rápido y llegó
su fin para dar paso a otras clases. No hablaré mucho, querido lector, de las
clases y el entorno escolar. Estoy seguro que aburriría en demasía con mi
crónica a mis escuchas. Y sobre todo, se perdería el objetivo principal, de mi
historia, narrar nuestro amor y las aventuras que vivimos en ese tiempo.
Ah! Dicen que recordar es vivir y bueno,
después de tres clases, llegaba el turno de un breve descanso para almorzar y
estirar las piernas.
La gente se agolpaba en las escaleras y
trataban de bajar de la manera más rápida, yo meditaba si pedirle a mi
compañera de asiento que me acompañase al patio.
Decidí que era mejor no forzar las
cosas, y por ello, me dirigí a una de las entradas para salir a comprar algo.
Ella también encaminaba sus pasos por el
patio, pero cosa rara, al llegar a la entrada, vacilaba en salir y sólo se
quedaba adentro, platicando un poco con los agentes de seguridad y comiendo de
lo que llevaba en su mochila.
Fue una madrugada extraña, por un lado,
estar con ella en clase, a mi lado, y por el otro, sentir esa nostalgia y
pensar que mi amor sería estéril y no llegaría a nada. Yo no sabía si realmente
le agradaba y es más, desconocía si le gustaba aunque fuese un poco.
Tampoco era mi estilo, andar buscando
contacto social sin haber sido llamado, en todo caso prefería que las cosas
fluyeran y sí tenían que darse se dieran.
Cuando llegó el turno de entrar de nuevo
a clase, me dirigí con decisión al salón y con tranquilidad, empecé a atender
las lecciones.
Las horas se fueron y cuando llegó el
momento de que terminara la jornada y por sorpresa, ella me dirigió la palabra.
Me preguntó si había entendido la
explicación del profesor de Álgebra y sí podía ayudarla en algún momento. Le
dije que sí y al despedirnos le extendí mi mano para despedirme, ella la tomó
con sus finas manos y se despidió también, con un beso en mi mejilla.
Yo enrojecí y ella sólo se río de manera
coqueta y se fue.
[Y
ahí estaré, esperando, día tras día, buscando alcanzarte, aún en mis sueños
cuando no hay esperanza de encontrarte, estaré ahí, luchando y esperando,
esperando… hoy, mañana y tal vez, por siempre.]
III
Había sido un primer día muy
emocionante.
No cabía duda de eso, con tranquilidad
tomé el camino de regreso a casa. La noche era todavía profunda, el olor de las
flores de los jardines me llegaba a mis sentidos, embriagándome de aromas y
emociones. Desde algún lugar remoto, llegaba el canto dulce de las cigarras y
la luna plateada asomaba su mejor cara.
La luna de los amantes, del amor puro y
correspondido, la luna azul que aparece en todos los sueños de las almas
sensibles.
Cuando llegué a casa, mi familia me
esperaba, comí algo, vi un poco de televisión y empecé a hacer tarea.
Después de un rato, caí profundamente
dormido. Soñaba que salía con prisa a la calle, la brisa nocturna se sentía en
cada poro de piel. Trataba de abordar el camión que me llevaba a la estación
Sur, pero fracasaba en mi intento. Ningún camión me llevaba a mi camino y yo me
ponía muy triste de no lograr mi objetivo. Tuve esos sueños de manera
recurrente y lo curioso es que la última vez que soñé algo así, ¡sí lograba
alcanzar a mi musa!
La escuela seguía con su marcha. Y
aunque no era mi popular entre mis compañeros, al menos, aprendía con buen
ritmo, aprobaba mis materias y poquito a poquito, sentía como mi ángel, se
preocupaba cada vez más por mí y de pronto, llego ese día…
Era un miércoles como cualquier otro,
una ligera lluvia había estado cayendo antes de salir al descanso.
Después de salir del salón, dirigí mis
pasos a las canchas, me entretenía ver jugar a otros el deporte preferido de mi
planeta, el fútbol soccer.
Eran partidos breves, donde el equipo
ganador seguía jugando, siempre y cuando anotara primero un par de goles. Las
jugadas eran rápidas y se jugaba con mucha fuerza, pero con lealtad.
Me cansé de ver jugar a otros y quise
caminar por el campo empastado que se encontraba localizado justo atrás de las
canchas de cemento. Era un campo muy bonito, con pasto color verde brillante y
las líneas de la cancha bien dibujadas con cal. El pasto estaba perfectamente
recortado y algunas personas estaban sentadas y platicaban animosamente entre
ellas.
Repentinamente, ¡la vi! Ella estaba
sentada, comiendo y observando el panorama con sus brillantes ojos negros. La
miraba y la volvía a mirar y había algo que me impedía articular palabra.
Ella notó mi presencia y me saludó
animosamente, empezamos a conversar, primero, acerca de la escuela, luego de
nuestras vidas. Yo notaba, como ella me miraba siempre a los ojos, buscando que
le dijera esas palabras de amor que han existido desde el primer latir del
Universo.
Yo deseaba con todo mi corazón decirle
que mi amor por ella era infinito, pero una rara mezcla de vergüenza y cobardía
me lo impedía. En el fondo, tenía mucho miedo de ser rechazado, como todas las
veces anteriores en mi vida. Ella notó mi silencio y ahí fue, cuando tuve el
valor de contarle todo. Ella escuchó y vi el brillo de sus ojos y una leve
sonrisa esbozada en su blanco rostro.
Le platiqué de mis sueños y del como
deseaba amarla sin descanso y sin tregua. También mi gran deseo de contemplar
las estrellas del firmamento, tomado de su mano y besándonos.
Me sentía aliviado por haber expresado
mis sentimientos y no haber sentido una pizca de rechazo en ella. Sí, le había
platicado acerca de mis sentimientos y ella había escuchado con ternura, lo
cual era positivo, aunque no sabía que pensaba ella.
Ella me dijo que se sentía muy halagada,
pero que le resultaba extraño, que siendo yo apuesto, no tuviera a nadie a mi lado.
Y me preguntó, que qué pasaría si ella me pidiera que fuera novio de alguien
más. Le dije que no, que mi prioridad era la escuela y de improviso, ella
replicó “y si yo te pidiera que fueras mi novio, ¿qué dirías?
Yo sin ninguna vacilación, le dije que
sí, que era ella a quién más deseaba en el mundo.
Ella se sonrió y luego volvió a ponerse
muy seria y me dijo que ella también quería que yo se lo pidiera. Le hice la
misma pregunta y ella me contestó “que con todas las fuerzas de su corazón y de
su alma aceptaba ser mi novia”.
Ese fue uno de los momentos más felices
de mi vida; el timbre que anunciaba el fin del descanso nos sacó de nuestro
sueño azul, nos hizo levantarnos del verde pasto y dirigir nuestros pasos al
salón…
IV
Caminamos un trecho tomados de la mano.
Todo el mundo me parecía lleno de luz y que además me sonreía; atrás quedaban
los pensamientos lúgubres y la soledad. Le di un abrazo antes de llegar al
salón.
Un abrazo cálido y que hubiera querido
que durara por siempre. Con mucho pesar nos separamos y llegamos al salón de
siempre.
Era imposible que le prestara atención a
la clase. Yo sólo tenía ojos para ella y pensaba en su sonrisa, en sus gruesos
labios rojos y en su belleza infinita.
Mis compañeros nos miraban con aire de
sospecha, pero no eran capaces siquiera de atisbar en nuestros corazones, la
silenciosa tormenta de amor que ahora nos cubría a los dos con sus gotas.
El día transcurrió de lo más normal y
como he dicho antes, sería inútil hablar de las clases o de la escuela por sí
misma.
Para mí, lo más importante de asistir a
esa escuela, era poder verla a ella y compartir momentos de amor.
Momentos preciosos como la blanca
porcelana. Momentos llenos de pureza y candor. Un mar de emociones nuevas y
excitantes que recorrían nuestros cuerpos y almas.
De vez en cuando, nos brincábamos alguna
clase y escapábamos a un parque cercano. Era un parque lleno de árboles
frutales y el canto de los pájaros iluminaba con su presencia la noche.
Era un sueño, sentir el frío de la noche
y a la vez, nuestro calor, tomarla de la mano dulcemente y darle besos
apasionados. Cubrir su boca con mis labios y sentir que lo único que importaba
en el mundo, era ese instante. Que no había nadie más en el mundo más que ella.
Que nuestra mutua tristeza por malos e
insinceros amantes, terminaba, para dar paso a un amor eterno, puro y también
muy real.
Odiaba cuando la hora llegaba a su fin y
teníamos que volver al mundo de la escuela. Aunque también era consciente que
ambos debíamos seguir luchando por nuestros sueños profesionales. Ella por
ejemplo, deseaba con todo su corazón dedicarse a la profesión de médico.
Yo sabía que ella lograría ese sueño,
porque mi amada, además de guapa, tenía una gran inteligencia y deseos de
progresar y colaborar en la curación de las personas aquejadas de algún mal,
tomando en cuenta el hecho, que ella deseaba ser neurocirujana.
Ese sueño requería que ella concluyera
sus estudios medios y luego estudiase en una escuela superior y después una
especialidad en un hospital.
Yo era consciente que en algún momento,
nuestras vidas tendrían caminos separados, pero cada noche, rezaba, para que
ella estuviese bien y pudiese lograr sus sueños. Yo sentía un amor colosal y lo
único que quería era su felicidad, aun cuando yo me quedara solo el resto de mi
vida.
Esos pensamientos tristes procuraba no
profundizarlos, porque siempre preferí vivir el presente, a la espera de que
alguna clase de milagro tocara a nuestra puerta y lograra mantenernos juntos.
Siempre he sido un alma romántica y sensible,
y mi fortaleza crecía, cuando veía el brillo de sus ojos negros al mirarme.
Unos ojos en donde la noche parecía tener otro brillo. Profundidad del espacio
y del tiempo, sonidos de dulces flautas, venían de esos delicados ojos.
¡Ella lo decía todo con su mirada!
El año escolar estaba por terminar. Era
necesario escoger una especialidad técnica. Ella escogió Informática y yo
Administración. Teníamos que seguir caminos separados, al menos por el momento,
porque los fines de semana, iba a
visitarla cerca de su casa.
Ella vivía atrás de un estadio de
fútbol, muy popular, en nuestro planeta. Era un estadio muy grande, donde
jugaba un equipo de liga local tan amado como odiado y la selección de nuestro
país.
Ella siempre inventaba pretextos en su casa
para salir. Todo iba bien, hasta que un día, su madre le preguntó acerca de su
vida romántica. Ella tuvo que contarle todo lo nuestro y aunque su madre y en
general, su familia, no estuvieron de acuerdo con nuestro romance, ella sólo
les dijo que no se metieran con su cosas y que ella sabía que yo la amaba con
todo el corazón.
Hecha la aclaración, disponíamos de un
poco más de libertad para salir juntos. Fue una muy buena época, porque
podíamos amarnos totalmente sin restricciones. Cada día era una aventura, como
si una nueva canción y una nueva luna nacieran cada noche.
Eso me hace recordar nuestra primera
experiencia sexual. Fue algo maravilloso, inolvidable y cuyo recuerdo, llevo
siempre en mi corazón y en mi alma.
Era muy de noche, habíamos acudido a
nuestro parque preferido. Con el transcurso del tiempo, la gente había ido
abandonando el lugar y hasta el vigilante se había ido. Nos quedamos ella y yo,
completamente solos.
La abracé con fuerza y la empecé a besar
y a decirle al oído que la amaría por siempre, con mi lengua le hacía delicadas
cosquillas en su cuello. Ella me correspondía con besos muy profundos y
caricias.
Sus caricias me llevaron al éxtasis,
cuando de pronto, le empecé a hablar a mi amada, de que sería maravilloso hacer
el amor con ella y sentir cada poro de piel estallar de emoción y placer. Ella
me dijo que para ser honesta, ella ya también lo había pensado y me dejó hacer.
Con mucha ansia, nos fuimos quitando las
ropas y de pronto, ahí estábamos juntos y desnudos sobre la hierba.
La apoyé y la fui besando con calma y
energía, hurgaba con mis labios cada uno de sus rincones. Nuestra pasión era la
única reina aquella noche. Dejé la marca de mis dientes en sus ricos y grandes
senos y ella se volvió casi loca de emoción, cuando hurgué en su intimidad.
Llegó el momento en que ella me pidió
tenerme por completo en su interior. Yo complací a mi amada y así nos
entregamos al amor de manera exquisita. Luego ella cabalgó sobre mí, la cual al
parecer, era su posición favorita. Fue un baile de sensualidad, faltarían todas
las palabras del diccionario para describir toda la cascada de emociones y
sensaciones que se originaron en aquel encuentro.
Caímos rendidos y después de un beso,
nos abrazamos tiernamente. Suavidad era la palabra más apropiada para esa
noche, suavidad como la de la roja seda que adorna los trajes de gala en las
fiestas, hechas de cuando en cuando, en mi planeta.
Explosión conjunta, el estallar de la
ola de amor presente en cada átomo, desde la creación del Universo.
Y para culminar esa hermosa experiencia,
¡vimos salir el Sol!
Eran las cinco de la mañana y el
amanecer estaba llegando, lo más dulce del amor nos había olvidar la hora y ya
era necesario que cada uno regresase a su hogar.
Una pequeña lluvia caía, las flores se
cubrían con rocío y después del último abrazo, cada uno tomó el camino de
regreso al hogar.
Al menos ese día, las capas de mi
tristeza y de mi nostalgia de años pasados, desaparecían, para dar paso a otra
clase de sentimiento.
[Porque
a veces, la vida sorprende, mostrando su mejor cara y alimentando los sueños y
esperanzas de los habitantes de las bóvedas terrestres. A veces…]
V
Fueron años muy felices, llenos de
felicidad y paz. Aunque no estábamos ya en el mismo salón, seguíamos muy
unidos.
Aprovechábamos cada tiempo libre, para
amarnos y darnos todo el amor que siempre habíamos soñado.
Y sin embargo, había algo inconexo, una
especie de cabo suelto, una pequeña nota de inconformidad, como una guitarra a
la que se rompen las cuerdas.
Ya era casi el final del período de
educación media. Había que llenar la solicitud para los estudios superiores. Y
en la escuela nos llevaban de visita a una de las sedes centrales del
Instituto, a conocer la oferta educativa del nivel Superior. Aunque existían muy
buenas opciones para continuar estudiando, yo no tenía un panorama muy claro de
qué hacer al terminar mi educación media.
Por eso, cuando hice la solicitud para
ingresar al nivel Superior, generé varias fichas, con un acomodo diferente de
carreras, al final, en un acceso de entusiasmo rayando en la locura, opté por
escoger Ingeniería Aeronáutica.
Ella no tuvo duda, eligió Medicina en
una unidad transdisciplinaria, ubicada en un rincón del Sur de la ciudad.
Yo era consciente que así iba a ser muy
difícil estar juntos, sobre todo por el hecho que yo vivía en el Oriente de la
ciudad. Hay que aclarar que vivíamos en la ciudad más grande en tamaño y número
de habitantes del planeta. Las distancias eran muy grandes y el tráfico era
algo cotidiano y mortal.
Ella, de hecho, no era originaria de la
ciudad capital, ella venía de una ciudad minera al Occidente. Por eso, ella no
estaba acostumbrada al tráfico ni al ajetreo de la ciudad capital.
Una amiga de su familia la llevaba y la
traía de vuelta de la escuela. Así fue, durante los tres años que duró nuestra
educación media.
El año escolar terminó sin contratiempos
y con él, nuestra educación media. Había sido una experiencia muy bonita,
habernos conocido y habernos amado sin descanso ni tregua.
Aprovechamos el período vacacional para
vernos y estar juntos. En algún momento, habíamos hecho la promesa que pasara
lo que pasara en el futuro, nuestro amor sería por siempre y nunca habría
espacio para el resentimiento o cualquier clase de odio, si las cosas acababan por
terminar.
Cuando llegó el momento de iniciar la
nueva aventura del nivel Superior, ella estaba muy entusiasmada porque ir a la
escuela de Medicina, era el inicio de su gran sueño ser una excelente doctora y
especialista.
El primer año fue un poco difícil para
ella, porque la carga de trabajo era muy pesada y exigente, lo cual requería de
su dedicación y entusiasmo por completo.
Poco a poco, fue avanzando y así fue
como llegó el momento de decirnos adiós.
La escuela le requería que después del
primer año, ella tenía que trabajar en un hospital fijo. Después de eso, ella
seguiría aprendiendo y alcanzaría la meta de ser Médico General. El problema es
que para continuar con su especialidad, ella había pensado en irse a estudiar a
una ciudad del Occidente, muy parecida a la ciudad capital.
Era por lo tanto el fin. Así quedaban
atrás nuestras noches estrelladas, amándonos a la luz de la luna.
Tengo un alma muy sensible y cuando ella
me platicó lo que pasaba, de sentimiento, casi rompí a llorar.
Ella me miraba con pena, sus ojos negros
también estaban llenos de pura tristeza. Aunque ya habíamos platicado mucho la
situación, no dejó de impactarnos y causarnos incomodidad.
Sin embargo, lo más importante para mí,
era que ella fuera feliz y alcanzara todos sus
sueños. Tengo un gran espíritu de sacrificio y le dije que estaba
dispuesto a esperar, tal vez, por siempre.
Ella me dijo que no podía pedirme algo
así. Que lo mejor era que continuaran nuestras vidas y no saber ya nada uno del
otro.
Cuando ella me dijo eso, yo la miré
fijamente y como por impulso, la besé muy apasionadamente. La tomé con fuerza
entre mis brazos, como si el abrazo lo diera una ola de un mar embravecido.
Si esa iba a ser nuestra despedida, yo
quería terminar, amándola a ella con toda la fuerza de mi alma y corazón, aun
cuando estos estallaran.
Arriba, la luna brillante, lanzaba toda
su luz. Sí, la Luna de los amantes, de los desquiciados, de las almas que le
buscan sentido al mundo y a la existencia.
Hacía un poco de frío, por eso ambos
temblábamos. Nuestro calor mutuo fue una luz solar en la inmensa noche. Nos
sentíamos tan bien y a la vez, éramos conscientes de que quizás nunca más, nos
volveríamos a ver.
La energía de nuestras almas fue la
chispa que encendió una nueva entrega.
El mundo podía terminar y derrumbarse
por completo, en aquel instante, pero eso no importaba para nosotros, porque
los amores verdaderos retan al Eterno y a sus juicios. Un amor infinito derriba
las barreras y fortalezas más fuertes.
Una entrega, fruto de un amor que si
fuera escrito, sería un libro hermosamente escrito, infinito en extensión y
siempre con nuevos capítulos por escribir.
Cuando el amor es verdadero, los
instantes fugaces se vuelven más largos. Las estrellas brillan más y aunque los
tiempos sean muy salvajes, puede oírse el canto de las flores y de las aves
nocturnas.
Mágico compás de sentimientos, danza
etérea que hace las noches y los días más largos. Mares de dulzura y pasión de
agua cristalina y fría, donde se bañan los corazones.
Y así, al terminar nuestra entrega, nos
agarramos de la mano y salimos a la noche más profunda. Felices, porque
habíamos construido un amor cierto, sin prejuicios…
Tuve la esperanza de que a pesar de
nuestra separación, tal vez, volveríamos a amarnos de nuevo, tal vez… tal vez…
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