sábado, 29 de septiembre de 2012

Cuento 1

Cuento 1 Los vigilantes de la orilla del fin del mundo Cuando llegué a la ciudad, me encontraba bien. Mi viaje había sido extenso, largo y fatigoso. Recorrer las inmensas llanuras rodeadas por el serpenteante mar, era un espectáculo hermoso. El mar color aguamarina cubría con ráfagas de espuma cada una de las briznas de hierba. El pasto estaba lleno de verdor, un color violento que saltaba encima al espectador. La atmósfera que me llegaba era la de una paz que contrastaba con lo silvestre del ambiente. Atribuí esa sensación a la poca familiaridad con la ciudad. Esta ciudad era inmensa, con grandes casas apiladas unas cerca de otras. Su arquitectura era un simbolismo de los tiempos en que el Sol y la Luna eran adorados. La ciudad, se dividía en barrios, y sus calzadas la recorrían dando una imagen de cuadrícula. Mosaicos coloridos cubrían cada rincón de los hogares. Los baños eran espaciosos y adornados con figuras de animales salvajes. Las salas eran más bien estrechas y la gente se apilaba en ellas como potros sucios. El gobierno de esta ciudad, era más bien teocrático. Los sucios y sangrientos sacerdotes ordenaban lo que se iba a hacer. Cada decisión pasaba por este rígido control. Yo supuse que la población estaría inconforme y se manifestaría rebelde, pero la realidad era sorprendente: aceptaban el control como algo caído del cielo… Platicando con algunos pobladores descubrí cuales eran sus creencias. Creencias pretéritas, eran recuerdos de tiempos remotos. Para ellos, el Universo era un inmenso gusano membranoso, en donde todos los seres nacían y morían para volver a nacer y morir infinitamente. Hablaban con respeto de los dioses, dioses antiguos que habían surgido del mar y que ahora habitaban en las estrellas. El espacio estelar era algo sagrado para ellos, observaban y medían los movimientos de los astros con rigor. Me sorprendió mucho no encontrar astrólogos o adivinos de esa clase, si no más bien a gente educada y refinada. Cada una de las mediciones era fruto de una colaboración entre los sabios y los brutos. Fértil producto surgía de estas colaboraciones. Sus cosechas y tiempos de navegación eran exactas, yo diría que muy exactas. La sensación que me despertaba era la de una capacidad de anticipación sorprendente. Parecían conocer la naturaleza y la interrogaban bien. Sus preguntas resonaban en el vacío estelar y las respuestas retornaban tan exactas como el sonar de un murciélago. Planeaba habitar en la ciudad un tiempo, aprender sus secretos y largarme. Sin embargo, noté cierta reserva y aversión de los pobladores. Decidí pedir permiso a los sacerdotes y ellos aceptaron con la condición que abandonase el lugar antes de la temporada invernal. Acepté y encontré refugio en una casa abandonada a la orilla del mar. Era un lugar aislado, lleno de piedras calizas. Restos de algas fosilizadas yacían por ahí y por allá, recuerdos de un mundo perdido en los confines y brumas del tiempo. Para comer pescaba, en ese lugar habitaban especies nunca vistas. Peces hermosos, algunos muy escamosos y otros llenos de cartílago. Eran muy comestibles y a las brasas bastaban para saciar mi hambre. En cuanto a los naturales complementos, comía frutos silvestres y ciertas clases de hongos que me habían recomendado los pobladores. Pasaron los meses y conviví con toda clase de gente: proxenetas, prostitutas, sabios, locos, saltimbanquis, atletas, religiosos, cazadores, agricultores y hasta con santos. De todos ellos aprendí una única lección: la caravana de reencarnación era eterna y el Universo latía y volvía a latir en el eco del horizonte. Una noche desperté sobresaltado, había escuchado un ruido proveniente del exterior. Me levanté y miré afuera. Al salir no esperaba ver lo que vi. Una mujer me contemplaba con ojos de sorpresa y atención. Era de tez blanca, con su cabello teñido como el oro. Su cuerpo era delgado pero lleno de curvas. Vestía un tocado hecho de marfil y un vestido color durazno. Ella notó mi presencia y sin decir palabra, se lanzó sobre mí. Sentí su cálido cuerpo rodear al mío y al mismo tiempo, una sensación de gozo y dicha como nunca antes había sentido. La abracé tiernamente y empecé a acariciar sus caderas. Ella se aferró a mí y empezó a respirar agitadamente. La llevé al lecho y yací con ella. Fue algo lento, pausado, a la vez lleno de calma y tormenta. Ella se dejó acariciar por completo y cada vez que me miraba, creía adivinar una sensación de vacío y pesadumbre. Estábamos exhaustos y dormimos juntos hasta que pasó buena parte de la mañana. Cuando desperté, ella por primera vez, platicó conmigo y me dijo su nombre. Se llamaba Solmar y era hija de un comerciante y traficante de telas. Me dijo que me había visto por la ciudad y había notado por mi presencia que yo era un forastero. Lo más extraño del asunto es que hablaba con cierta frialdad y muchas veces creía pensar que estaba en un sueño. Ella quería abandonar el lugar y no volver atrás. Me sentía tan usado como un número, pero es difícil encontrar a alguien con quien hacer una vida en común y sobre todo disfrutar de las delicias del placer. Conocí a su padre, un cabeza dura, que no sabía nada del plan. Un hombre noble y generoso y que de verdad creía en la inocencia de nuestra relación. Participamos en todas y cada una de las festividades. Fiestas y carnavales demenciales en los que corrían por igual bebida y comida. Las mujeres bailaban hasta morir y se entregaban por igual, sin ningún recato o pudor. El tiempo pasaba y Solmar y yo parecíamos una pareja de recién casados. Nuestra relación había alcanzado un alto grado de confianza. Ella me platicaba más y más de las tradiciones de su pueblo. Hablaba con reverencia y respeto de “Aquellos Que Habitan En Las Estrellas”. El pueblo los conocía como los Vigilantes y ellos cuidaban según sus creencias, el destino de cada ser viviente. El tiempo invernal se acercaba y por supuesto que mi partida estaba por llegar. Platiqué con Solmar y decidimos huir un día antes de la festividad invernal. Ese día, los Vigilantes llegaban desde las profundidades del espacio y serían reverenciados y adorados. Cientos de personas escogidas con cuidado, eran sacrificadas brutalmente. Sus cuerpos eran destrozados y cada parte era devorada por estos seres. Le pregunté a Solmar el porqué de esto y me dijo que eran como dioses, brutales pero justos. Sus dioses eran como enormes esponjas, llenos de segmentos azulados. Absorbían por completo, cada átomo, molécula y célula viviente. En tiempos pasados, habían habitado la Tierra, y la abandonaron en los tiempos del mito. Huimos sin volver atrás en la madrugada. Solmar conocía un camino que estaba dentro de una caverna, en la caverna había una Puerta que llevaba a otra parte del Globo. Llegamos a una caverna, oculta en medio de la maleza y espesura. Dentro de ella, había estalactitas y cientos de rocas apiladas a montones. En el interior, las gotas de pasadas lluvias horadaban sin piedad la tierra. Las franjas de caliza estaban ahí, y después de una caminata interminable noté la presencia de la Puerta. Era un reflejo en el espacio – tiempo, lleno de mucha turbulencia. Parecía como una onda enorme en un charco de espuma. Solmar y yo nos abrazamos y caímos en esa hermosa ilusión. El espacio se abría ante mis ojos y ella asustada, miraba como los vórtices giraban y se apagaban como lámparas de aceite. En esa locura espacial, existía en mí una sensación de extrañeza y a la vez de respeto hacia la Naturaleza. ¡Y pensar que en mi ciudad de origen no conocían su verdadera belleza y siempre encerraban todo en ecuaciones e integraciones! Sentí pena por los sabios y débiles de corazón que encierran su vida en un concepto muy limitado de la vida. Sin embargo, tener a Solmar a mi lado, basta y sobra, paro alguien como yo a quien los placeres de la carne, le son proscritos por la penosa condición de errante. Epílogo: El final llegó de forma inesperada, las sombras nos dejaron de cubrir y salimos a una escarpada bahía llena de flores y animales muy parecidos a ciervos. Fuimos caminando hasta perdernos en la inmensidad de la noche, con las estrellas titilantes contemplándonos…

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