sábado, 29 de septiembre de 2012

Cuento 4

Cuento 4 Sueño # 36 De nuevo me he convertido en ese imaginario que recorre la bruma eterna. Es en esa bruma, en donde habitan los sueños que existen, un material confuso que adquiere identidad y vida sólo ahí. En ese territorio nuevo, el aire recorre y vuelve a recorrer los campos inundados de flores y árboles. El rocío de cada lluvia llena a la plácida hierba y el grillo y la cigarra cantan eternamente. Cuando entré a este reino inundado de verdor, el reposo había adormecido mis cansados miembros y mi cabeza dormía apoyada con tranquilidad. Desperté y de inmediato noté un gran movimiento. Cientos de personas caminaban y volvían a caminar por amplios corredores de una calle que lucía con anterioridad desierta. Gente de todos los rincones de la ciudad vagaban por aquí y por allá. Su belleza y fealdad parecían extraídas de un cuadro impresionista. Sus rostros otrora jóvenes lucían demacrados y con las marcas de un inclemente Sol. Una suave brisa soplaba y me aventaba y el polvo se deshacía como por arte de magia. Pronto me encontré caminando en medio de esa multitud, una multitud que desaparecía y reaparecía, lentamente, mis pasos me llevaron hacia ella. Ella caminaba con ese aire grácil del pavo real, moviendo con ritmo cada átomo de su cuerpo. Yo me quedé callado y la contemplé, sin decir palabra. Su cabello rojo como una onda solar adornaba su cabeza con un aire de dicha y su caminar era hipnosis pura. Yo me quedé callado, y no tuve palabras que decirle. Sólo pude ver como seguía su camino hasta perderse en esa multitud. Alguien notó mi expresión en mi rostro, una señora de mediana edad, que sólo pudo decirme, que ella siempre caminaba por esa región del espacio y que nadie sabía adonde iba. Yo asentí y con mucho dolor desperté, a esa realidad que subyace y que subyuga a los sentidos del ser humano, una realidad inmensa, llena de placer y dolor, con porciones iguales que van corriendo por toda la eternidad. No quería perder ese sentimiento, y que este me abandonara como la noche precede al día, sin embargo, volverla a ver era eso un sueño, un sueño perdido en esas brumas y en esas nubes. Así con todos estos pensamientos decidí intentar, quizás en mi destino estuviese grabado que la volvería a ver. Dormí y todo el vacío de la noche y las incesantes estrellas me cubrió, así fue como desperté de nuevo y me encontré en otra calle. Una calle diferente a la anterior, con aceras bien marcadas, y el pasto atravesándolas. Los pájaros cantaban y el Sol bailaba con calma. Su danza era observada y mi corazón aplaudía en el fondo, la felicidad brotaba en el interior de mi alma aunque ella no estuviese cerca. De repente, la vi, y mi corazón empezó a danzar, vestía una camisa blanca y una larga falda ceñía su cuerpo. Se acercó a mí, y murmuró su nombre, un nombre que quedó en mi memoria y que al despertar desapareció. Los momentos que pasé a su lado son eternos, y mi alma los grabó como fuego. Caminamos lentamente por las avenidas tomados de la mano, y ella me abrazaba cada vez con más fuerza. Yo sólo esperaba caminar más y besarla, pero repentinamente, la escena desaparecía. La vigilia llegaba de manera traicionera y los rayos del Sol, caían sobre mi cabeza. Los pájaros salían de sus nidos, y comenzaban a entonar sus raras melodías. El rocío en las flores, brotaba como vapor. Ante esto, no pude menos que sentirme desesperado, alcanzar al objeto de mi afecto en sueños, no era mi idea de amor. Pero que se puede esperar, cuando la indiferencia habita en los corazones y el sueño mortal se presenta. De nuevo caí en los brazos de la noche. En esta ocasión, me encontraba en una calle similar a la mía, sólo que parecía un adelanto de un futuro muy lejano. Planchas y edificios de concreto surgían del pavimento, casas que en un tiempo existieron, habían cedido su lugar a estas moles. Yo no dije nada ante este espectáculo y cuando pregunté a alguien que había pasado, sólo hallé una fría respuesta. Parecía que los recuerdos de los tiempos de ayer eran eso, y nada más. En vano la busqué, buscarla en ese espacio sin luz y sin amor, era un equivalente a hallar una aguja en un pajar. No pude decir nada, excepto que su recuerdo era una herida abierta en medio de toda esa tecnología. Desperté de ese inmenso vacío, y después de haber arreglado algunos asuntos, me levanté. Cosa rara en mi, decidí dar un paseo, un paseo por esas amplias calles que rodean mi casa. El paseo no prometía mucho y en realidad, era un pretexto para dejar de pensar en ella. En un momento, me perdí en el camino y no encontraba el sendero de regreso, acerté a preguntar y de repente quedé en silencio, era ella y se aproximaba muy lentamente, no dijo nada, pero me miró de una manera insinuante y hasta sospechosa. Desde ese día, no la he vuelto a ver, ni en mis sueños ni en la realidad.

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