sábado, 29 de septiembre de 2012

Cuento 7

Cuento 7 En el desierto El calor es insoportable aquí, el viento te golpea con su furia. Los animales mueren uno tras de otro, lo poco que han comido en vida se ha convertido en un bolo inmundo. Voy caminando, a lo largo de una estrecha calle polvorienta y de trazo indefinido. Durante el día me pierdo en el rumor de la gente, murmullos por aquí y por allá y luego el silencio eterno, etéreo. Las casas estás ordenadas una tras de otra; bloques de piedra apilados sin amor. Sus colores grises y pálidos son viejos espejos que todavía se usan, a pesar de no reflejar nada, sólo son huecos externos en el agujero de la noche. Los días aquí son iguales y no hay manera de que esto cambie. Una inmensa embarcación es mi refugio mental, en un mar quieto, profundo y lleno de fauna. Ahí se zambulle un delfín o una elegante orca, cientos de peces danzan hacia al infinito. Las olas se agolpan en un punto en donde se concentra toda la lontananza del mundo. Sin duda que conozco a cientos de personas por sus señas particulares, rostros y cuerpos idénticos como hechos en serie. Vidas que atraviesan un loco frenesí similar al carnaval de Río, pero sin lo festivo. Algunas personas resaltan y quizás porque piensan con profundidad, sufren por ello y la marca de la batalla está retratada en sus rostros antes pétreos y de cera. Ahora cuando la gran idea había tomado cuerpo, se convirtió en una especie de Evangelio para mí. No espero nada y estoy en vuelo como un ave surcando el azul firmamento. Vivir como un salvaje, gozando la naturaleza sin esa impronta de maldad pasajera de la civilización moderna. Gea agoniza y un día nos escupirá y retornaremos a la matriz del tiempo. Miserables que agotan las estrellas aún antes de que sean saboreadas. Su sabor es agridulce. Lo agrio es saber que nunca veremos toda la luz que expulsan. Esas estrellas pueden ser vistas con claridad desde el desierto. Las Híadas, son mudos testigos de la poca vida que recorre este lugar. Su luz va y me recuerda a los bloques de luz y oscuridad que son tan frecuentes en esta ciudad. Doy un último recorrido. El cadáver de un buey se encuentra a mi paso, lejos está el calor y por un momento me sumerjo en las blancas arenas, esas arenas que devoran todo hasta el Tiempo y en las que sumerjo poco a poco mis cansados miembros…

No hay comentarios:

Publicar un comentario