sábado, 29 de septiembre de 2012

Cuento 4

Cuento 4 Sueño azteca Evocación de un descarnado de México – Tenochtitlán Dedicado a aquellos que aman con pasión a México “Madre, ¿por qué lloras a tus hijos?” Despierto y me levanto. El rumor de los dioses de la noche ha pasado al olvido. Tonatiuh asoma sus primeras luces y con esto el orden ancestral regresa a su lugar. Me presentaré, mi nombre es Tochtli y soy un guerrero originario de Aztlán. Mi pueblo vive ordenadamente y el rumor del lago se hace fuerte. Fui educado en las artes de la guerra y aprendí el valor de la batalla así como la lealtad. Vi morir a viejos guerreros que se ofrecieron al Sol para renacer en otro Cielo. Amo luchar y combatir. Pertenezco a la orden de los Caballeros Águila, henchidos de valor y orgullo. Mis armas son un escudo decorado con plumas de quetzal, una lanza de fuerte obsidiana y un lanza dardos. Siempre que vamos de campaña, nos empeñamos en destruir y ofrendar las víctimas a nuestro dios Huitzilopochtli. De nosotros depende que la noche tan negra como Mictlan no caiga sobre la Tierra. La campaña puede durar meses o incluso años. Existen 2 pueblos que nunca hemos podido dominar y que representan un obstáculo para el Huey Tlatoani. Hemos peleado con fuerza y logramos casi someterlos, sin embargo, los dioses se oponen e inclinan la balanza hacia ellos. Derrotados, regresamos aunque cargados de regalos y un poco de tributo. En una de esas incursiones, me pasó algo muy curioso. En una esquina de la ciudad más occidental, noté a una mujer llorar desconsoladamente. Lloraba la muerte de su esposo. Quedé impactado por su belleza. Cabello negro cayéndole sobre los hombros, tez color canela y unos ojos que sólo la noche conoce. Charlé con ella y la consolé. Decidí llevarla conmigo y ella aceptó. Fue una decisión difícil para ella, el dejar su pueblo poblado de garzas y que atraviesan dos lagos. Se despidió de sus familiares y después de anunciar su partida, su padre la besó en la mejilla y le deseó suerte. Ahora vamos en camino rumbo al ombligo del mundo. Atravesamos con lentitud exasperante las montañas y descansamos en el día y vivimos en la noche. Por fin, el día 3 Caña llegamos a nuestro destino. La ciudad majestuosa se abre ante nuestros ojos y los templos ofrecen sus primeros sacrificios. La gente va saliendo de sus casas y nos ofrece honores y respeto. Vamos saludando y por fin llegamos al palacio del Huey Tlatoani. Nuestros generales dialogan con él y llegan a la decisión de dejarnos descansar un período de treinta lunas. Todos aceptamos y abandonamos el sagrado recinto con pasos firmes. Ahora, soy libre de disfrutar una parte de la eternidad con mi mujer. Su nombre es bello, Quetzalli. Llevamos una vida agradable y su presencia es una ola tranquila en el agitado mar de mi corazón. Sin embargo, hay algo que me inquieta. La pesada noche tuve un sueño. Un mal presagio, sin duda. Veía una lucha encarnizada entre guerreros que vestían armadura y portaban cascos hechos de un material nunca visto. Dominaban a mi gente y prácticamente la exterminaban. Lo más inquietante era su aspecto: similar al profetizado en la leyenda de Quetzalcoátl. Altos, ojos color cielo y barbudos. Lleno de angustia e ira despierto. Mi esposa me consuela y me besa, nos acostamos un largo rato y permanecemos entre los dos acurrucados como dos tórtolas. Cuando el momento termina, decido ir y consultar al sacerdote. Camino por las calzadas y encuentro con facilidad el camino. El sacerdote es un personaje singular. Desgreñado y cubierto por costras de sangre, su hedor llega y recorre todo el templo. Platico con él del sueño y sólo acierta a decir que esas son las profecías y no hay manera de ignorarlas o evadirlas. Molesto abandono el templo y camino sin prisa, pensando en una cosa. ¿Qué será de la gloria de México – Tenochtitlán? Charlo del tema con mis compañeros de armas y se burlan de mí. Bueno, si ellos desean ir al Mictlan, es su decisión no la mía. Abandono el cuartel y después de hablar con el general, pido una licencia. Ahora he tomado una decisión: abandonar la metrópoli y llevarme conmigo a Quetzalli. Al parecer, las tierras cálidas del sur están llenas de oportunidades para trabajar. Ahora, nos dedicamos al comercio y vivimos alejados de los dioses de Mexi. Sin embargo, cada noche pienso en que quizás ese sueño, era una visión y tal vez hasta el último de mi raza muera. Mi esperanza es renacer en el Paraíso del Sol, lleno de flores y donde águilas y gavilanes van surcando los cielos. Con esa vegetación abundante y flores tan hermosas como mi esposa. Ahora ella duerme plácidamente y se abraza con fuerza a mí. La noche con su rumor llega y se aproxima e intento soñar y deseo que la voluntad de los dioses acompañe a mi pueblo por siempre…

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