sábado, 29 de septiembre de 2012

Cuento 3

Cuento 3 Paseo # 36 Despierto y poco a poco la luz del día va apareciendo. Un Sol rojo al igual que una brasa, se dibuja en el horizonte. Hoy será un gran día, asistiré a mi Universidad y aprenderé algo nuevo, no sé con precisión qué será. Puede ser una fórmula, un teorema, un libro lleno de cuentos de fantasía o quizás un nuevo amor que me aguarda. Me levanto con facilidad de la cama, doy un salto de tigre de Bengala y hábilmente cambio mi vestimenta. Atrás ha quedado la noche y la luna es un reflejo cada vez más lejano. Comienzo con mi rutina de ejercicios. Cada vez la hago más pesada y el sonido que me acompaña, me transporta a otras ciudades tan cosmopolitas como la propia capital. El esfuerzo se hace sentir en todo mi cuerpo. Mis músculos se extienden y contraen en una danza llena de arpegios. Los minutos van corriendo y cuando de plano el esfuerzo me agota, juego con un balón de fútbol en la terraza. Trato de depurar mi técnica en el espacio reducido y hago jugadas llenas de aciertos y errores. Mis mudos testigos son niños que apenas asisten a la secundaria. Mi presencia no los incomoda y al parecer ponen un poco de atención en mis movimientos. Después de un rato, descanso y tomo un baño. El agua pura y cristalina corre por la regadera y baña cada parte de mi cuerpo. Son esos los momentos en los que pienso con más claridad y me hago más consciente del lazo que une al cuerpo y al espíritu. Termino el baño y después de secarme, busco mi ropa. En eso soy muy meticuloso, de acuerdo a la aventura que decido tener es el vestuario que escojo. Un día es una playera de fútbol y en otras ocasiones, me visto con elegancia y hasta con zapatos. Camaleónico y diferente al común denominador, eso siempre me caracteriza. Después de esto, platico con mi madre del día y ajustamos el presupuesto. Me hace con cariño el desayuno y yo como sin preocuparme por la hora. Ajusto todos los detalles con cuidado y es así como salgo a la calle. Mis pasos son seguros y certeros. Camino con tranquilidad por las calles que me han visto crecer. Con esperanza trato de ver a mi querida vecina, pero eso, será otro día, no hoy. Abordo el transporte de pasajeros y ahí está lo mágico del asunto. Ver las calles de mi delegación en movimiento. Gente de todas clases y oficios corriendo por aquí y por allá. Yo voy sin prisa y disfruto el paisaje urbano. He aprendido a pensar con calma y a planear mi día así. En el camino recuerdo libros que he leído, películas que me impactaron y sobre todo a esa mujer que amo. Pienso en las cosas hermosas que bullen en mi mente, poemas y canciones que me gustaría cantarle al oído. Tesoros llenos de oro y monedas azules como el cielo. La palabra clave aquí es esperar, esperar, sí muchacho, aún eres muy joven y todavía te falta camino por andar en el sendero del Amor. Llego con tranquilidad a la estación del Metro y allí tomo el vagón de pasajeros rumbo a mi escuela. Las estaciones van cayendo como fichas de dominó y siempre casi al final, el gusano naranja se frena. El frenesí termina y por fin llego a mi destino. Las lluvias aún empapan con su rocío a la vegetación que habita en mi escuela. Abordo entre empellones el transporte escolar y después de ver caras poco familiares llego a la Facultad. Cuando entro por sus puertas, pasan a mi lado personajes muy singulares. Algunos con saco y corbata, otros tan descuidados como obreros de fábricas capitalistas. Hay también chicas guapas, cuya mirada llena de orgullo, atraviesa el recinto. Avanzo por las escaleras esperando hallar una cara conocida. La encuentro y mi sonrisa de oreja a oreja delata ya mi presencia. Camino lleno de esperanza por los corredores y bajo con fuerza las escaleras. Los pizarrones vomitan anuncios y sólo pongo atención en aquellos que hablan de música o poesía. Música y poesía que son mis fieles compañeras. Voy caminando cada vez más de prisa y sin mucha convicción abordo una clase. Una clase aburrida y tediosa. La vida o al menos su estudio es algo muy árido aquí, supongo que para los demás es igual porque el efecto de la enseñanza es narcótico. Unos duermen la siesta con impunidad, otras piensan en amores rotos y algunos toman notas como si de eso dependiera su vida. Pasa la hora y media con lentitud y por fin soy libre. Decido tomar un alto en el camino y sentarme en la fuente. Una fuente sucia, llena de agua poco clara. En ocasiones muy especiales, la autoridad decide poner orden y organiza su limpieza y purificación. Me encuentro solo, pero a mi lado no falta mi encantador libro de Matemáticas o una antología de cuentos de autores antes célebres. Entro a la biblioteca que está bien abastecida en cuestiones matemáticas y recuerdo que mi enorme multa me impide pedir prestado un libro. Subo un piso con un libro al hombro y descifro con prontitud sus símbolos. Esto me llena de gozo y casi quiero reír al comprender los postulados y teoremas. Una media hora es suficiente. Salgo y paso por una especie de aduana fronteriza. Trato de sonreír y después de abrir y cerrar la mochila salgo del edificio. Las horas caminan como leones enjaulados y regreso al edificio T. Un edificio lleno de laboratorios y voluntad para trabajar, pero sin el material adecuado y una organización similar a la de una tribu de Nueva Guinea. Ya es de tarde y por casualidad, volteo y la observo. Ahora ya tengo el valor de saludarla y verla a los ojos. Mi pena habitual hacia ella desapareció y la trato con respeto. Platico y me extiendo y trato de conocer sus puntos de vista. Ella es linda y una chica muy inteligente y activa. Con ella me siento bien, aceptado y sobre todo no recurro a mis recursos teatrales como la burla o la parodia. Su mirada entra en mí y quisiera saber que piensa en ese momento. Pareciera que crea nuevos universos con su sola mirada. Unos ojos negros que imitan a esas noches sin luna, cuando el canto de los grillos y cigarras cesa y el rumor de los amantes empieza. Después de una amena charla, ella se despide y con cortesía le devuelvo la despedida. La veo caminar con paso seguro y abandona el edificio T con pies tan ligeros como los de Mercurio. Es así como recuerdo que a pesar de vivir casi como salvaje en la jungla de asfalto, algo de civilización brota de mí como una presa a punto de romperse. Yo también abandono el edificio T y tomo un atajo para llegar al Metro. Pienso en mi día y en lo maravilloso que ha sido ese encuentro fugaz. Con tranquilidad abandono la escuela y regreso a casa. Como, platico un poco con mi madre del día y después a estudiar. Dependiendo del día es el tema, a veces es Genética, luego Química o Matemáticas o incluso algo tan vital y lleno de esencia como el Trópico de Cáncer. Leo con profundidad y detenimiento, el sueño se apodera de mí. Y ahora es momento de que mi alma tome otro paseo; un paseo por esas nubes que quedan todavía en esta contaminada capital.

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