sábado, 29 de septiembre de 2012

Cuento 3

Cuento 3 “Escuela Sabatina” Hay muchos lugares tan comunes, y a la vez tan conocidos, que despiertan en el ciudadano común una sensación de familiaridad y no de extrañeza. El lugar del que voy a hablar, era una escuela, una escuela vieja, orgullo de su país de origen. Construida sobre las faldas de un volcán extinto, testimonio de un tiempo viejo, ya antiguo en la memoria del hombre. Sus salones eran espaciosos, viejos y llenos de tiza. Los pizarrones guardaban las señales de la batalla y encerraban sabiduría. Nuestros personajes eran un grupo bastante heterogéneo de aspirantes a biomistas, sí esos que juegan y descifran la vida. El primero de ellos, era Huleises, un aspirante a músico y dibujante, que siempre hacía gala de sátira y humor negro. Era acompañado por El Santi, un amoral sátiro, lleno de inteligencia y palabras por decir. Por último, Omeprexil, un relajado y amistoso compañero de juergas. Nuestros personajes asistían a esta escuela el sexto día de la semana, y eran sin duda sus días más aburridos, ya que mientras sus compañeros disfrutaban el ocio y las diversiones de la ciudad, ellos tenían que estudiar el interior celular, la magia de los números y la química animal. Sin embargo, la vida está llena de sorpresas y una de éstas, era el nuevo profesor de Alquimia Animal. Era un sujeto de tez oscura, marcada por el Sol, cabello oscuro, lentes y con un bastón. Cargaba un collar hecho con colmillo de víbora y vestía informalmente. Sus clases eran entretenidas y todos los alumnos aprendían, la diversión era frecuente y habitaba en los corazones de todos los asistentes. Sin embargo, había momentos en que una atmósfera enrarecida llenaba el ambiente, el aire se hacía más pesado y nuestro profesor cobraba tintes oscuros. Hablaba largo y tendido, sobre la maldad humana y los diferentes modos de morir. Charlaba del tema, detallando prácticas y formas de desaparecer personas sin ser molestado. El grupo escuchaba con mucha atención, pero luego perdía el interés. A pesar de esto, el grupo de compañeros antes citado, se quedaba después de clase e interrogaba al profesor. Esta actitud parecía llenar de entusiasmo al profesor Severo. Les hablaba con reverencia de sus métodos y de lo que se tenía que hacer para despistar a la policía y borrar el rastro del crimen. Hablaba de cada crimen con un aire sacro y podría afirmarse que los trataba como si fuese un arte. Un arte mortífero, lleno de veneno que inspiraba temor y a la vez curiosidad. Mencionaba Severo, los detalles relativos a las huellas dactilares, el cómo manejar un cuerpo y no dejar rastro. También exhortaba sus discípulos a comportarse de manera educada y siempre con cortesía para no despertar sospechas. Sus discípulos aprendían cada paso con naturalidad y mostraban progresos importantes. Su primer proyecto era liquidar a una physiscista, un anciano sujeto con lentes y chamarra oscura. Todos lo conocían como el Sr. Cross, una especie de desquiciado que de cuando en cuando, organizaba manifestaciones a favor y en contra del sistema. Decidieron esperar a que saliera y tomara una senda llena de maleza. Según su plan, habría dos que vigilarían y otro que lo ahorcaría. Manos a la obra dijeron nuestros personajes y mientras Omeprexil y Huleises vigilaban, el Santi se acercaba cada vez más al Sr. Cross, éste no advirtió su presencia hasta que fue demasiado tarde. Las manos cubiertas con guantes se cerraron en torno a su cuello y lentamente apretaron y volvieron a apretar hasta quitar el último vestigio de vida. Para despistar a la autoridad decidieron darle de beber una especie de tónico color violeta que bien podría pasar como veneno, abandonaron el lugar y con tranquilidad se dirigieron a sus casas. El lunes siguiente, todos hablaban del crimen y del misterioso líquido. Como no era alguien tan importante para la escuela, sólo decidieron hacer una investigación superficial y así el rastro de nuestros nuevos aspirantes a asesinos quedaba borrado. El tiempo transcurría y ahora, la siguiente meta era el profesor Severo. Un día lleno de nubes y con el viento barriendo sin clemencia los pastos, el profesor decidió rentar una bicicleta y salir a pasear. Esos paseos eran lo más recreativo y cuerdo que hacía el profesor. El disfrutaba viendo el paisaje y sobre todo el drama de la vida ejemplificado por los pajarillos y coloreadas ardillas. El profesor avanzaba y con él su bicicleta, y se convertía en una extensión de su cuerpo. Su velocidad iba y venía, creciendo como el recorrido de una araña en su telaraña o el de una abeja en su panal. Mientras admiraba estas bellezas y riquezas del paisaje, no advirtió el saludo de Huleises. Cuando lo vio, su primera impresión fue perplejidad y sorpresa. Empezaron a charlar y el viejo Severo replicó a sus futuros victimarios acerca de su destino. Les habló de los horrores que habitan en las cárceles y del infierno que representa la pérdida de la libertad. Ellos le replicaron que nunca serían atrapados y que sin duda, nadie preguntaría por él. Aparte de eso, el siguiente semestre habría cátedras de auxiliar escolar y nadie sospecharía de ellos. Tomarían su lugar y ahora uno se convertiría en el nuevo profesor Severo. Unos cuantos cambios en el corte de cabello y vestimenta y asunto arreglado. Después de oír esto, Severo enmudeció y no se percató cuando un brillo metálico caía sobre su cabeza. Un sordo grito ahuyentó a las palomas, y de repente, Severo exhaló su último suspiro. Nuestro grupo abandonó el lugar y sin chistar, continuaron su vida, uno de ellos tomó el lugar de Severo y prosiguió con su rara labor educativa. Sí, existen lugares tan familiares que no inspiran extrañeza. Lugares en donde la vida transcurre lentamente, donde las corrientes de aire llegan y se van. Lugares soleados y sombríos que muestran su belleza y fealdad, sí que existen esta clase de lugares, en un mundo lleno de movimiento y luz.

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