sábado, 29 de septiembre de 2012

Cuento 7

Cuento 7 Cueva (en el interior del gusano) A veces encontramos sorpresas en los rincones más inesperados. Yo encontré una y logré salir vivo. Una sorpresa que me llevó a los rincones más demenciales y que casi me deja en la locura. Todo empezó así: En el punto más oriental de mi pueblo se halla un enorme cerro que es guarida de secretos ancestrales. La fauna que lo habita es de lo más variada: pecaríes, tucanes y serpientes. La selva se extiende por doquier y alrededor se esparce toda la naturaleza. Por las noches, los jaguares bajan y se alimentan de nuestro ganado. Llegan en solitario y furtivamente van destruyendo todo a su paso. En un tiempo los combatíamos, pero parece que por cada jaguar que matamos nacen tres. Esta es una situación insoportable y decidí ponerle fin. En solitario tomé camino por un sendero escarpado, lleno de maleza. En una esquina se encontraban unos loros que en sus cantos jugaban con las notas de mi corazón. Eran cantos largos y pausados. De repente, al notar mi presencia alzaron vuelo y se escaparon. Seguí la vereda y encontré un camino despejado y en el fondo una cueva que era donde se supone buscan cobijo los jaguares. Con calma, tomé mi rifle AK – 47 y con fuerza y determinación entré al lugar. Era un lugar estrecho y lleno de humedad. Las rocas estaban pulidas por tantos años de lluvia. Era un lugar silencioso y sólo pude notar chillidos de tono muy bajo que parecían de murciélagos. Ya adentro de la cueva, pude notar con claridad la visión más demencial que se podía ver. En el fondo de la caverna estaba un séquito de pequeños humanoides de 1.50m de estatura y con vestimenta roja. En una de las esquinas resaltaba la luz de una antorcha y en el centro un enorme gusano, largo y achatado en sus extremos. Tenía garras y miles de vellosidades. Parecía estar furioso y su soplido era lo único que se escuchaba en la cueva. Yo no dije nada y decidí esperar. La caravana de adoradores acabó su ritual y cargaron entre ellos con ese abominable gusano. No tengo palabras para decir lo que ocurrido después. A una seña de uno de sus adoradores, apagaron la antorcha. Así que era solamente yo y el silencio subterráneo y eterno de aquella cueva inmunda. Comprendí así el temor de mis ancestros a las hondonadas y abismos. Con todo y rifle abandoné el lugar sin hacer ruido. Cuando salí, ya era de noche y las estrellas eran pálidos reflejos en la niebla. Decidí no contar el incidente a nadie, excepto al anciano del pueblo. El sonrió, enseñando su casi desdentada mandíbula y me dijo: ¿Qué es lo que sabes, de lo que nunca has visto?

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